Translate

miércoles, 27 de agosto de 2014

Un silencio evidente. Una sonrisa temblorosa. La mirada enfocada. Las ganas. El no saber. El sabor a cerveza en los labios. La espera. El ruido de la calle, de la respiración. La palabra frívola y desesperada. El va a ver un después. La ansiedad, el quererlo ahora. La acción. La energía recorriéndome los muslos. Estar en puntas de pie. La lengua transita. Se despide de mí. Abraza la otra lengua. Encajar. Saber respirar. Saber parar y mirar. Besarse de nuevo. Saludarse. Reír, mostrar los dientes. Contenerse. Saber que es en la espera. Saber, ser consciente. Entender. Abrazar, abrazarse. Volver a mirar. La ansiedad renace, se erecta. Lo inevitable. “Ahí viene”. Extender el brazo. El pico. Ver la marcha lenta.  Sentir el silencio. Sonreír. Saber que fue hermoso. El llegar a casa, entrar en silencio. Tomar un poco de agua, tragar despacio. Desvestirse, respirar. Acostarse y soñar. Soñar mucho. Soñar con ella. Dormir como un niño.
con mi hermano.

lunes, 25 de agosto de 2014

Paint, querido Paint.
de Marco Spaggiari
el abrazo.
el único instante en donde te das cuenta de las cosas.
gracias Tony por estar siempre...porque, en el lugar donde estés, siempre vamos a conversar.
la cosa camina lento.
de Marco Spaggiari.
tinta sobre lienzo

La lengua
Nos despedimos con el único idioma que manejábamos a la perfección.
Nos entrelazamos, es un río de recuerdos.
Y si, lloramos un poco.
Pero nada nos hacía perder el equilibrio.
Mis tacos.
Sus zapatos.
Bien firmes sobre el asfalto frío. Sobre la Corrientes escandalosa.
Nos despedimos, y cada uno se perdió entre la gente.
No nos hablamos nunca más, eso lo que tiene de interesante.
Pudimos aceptar el camino.
Y desprendernos.



Marco Spaggiari

lunes, 11 de agosto de 2014


Foto:
Marco Spaggiari.

"Amanecer amarillo".
Ser cortés, honrado, orgulloso sin arrogancia, solícito sin palabras insulsas; satisfacer con frecuencia las pequeñas voluntades cuando no nos perjudican, ni a nosotros ni a nadie; vivir bien, divertirse sin arruinarse ni perder la cabeza; pocos amigos, quizá porque no existe ninguno verdaderamente sincero y que no me sacrificara veinte veces si entrara en juego el más ligero interés por su parte.
Sade, carta a su padre, 12 de agosto de 1760, en el campamento de Obertestein
Sin título


El negro se paro frente a mi, y con sus ojos amarillentos me invitó a recostarme. 
La copa de vino, aun seguía intacta.
Estremecido por el infinito blanco de la habitación, me acuesto sobre el piso.
De ahí en más. Todo sigue siendo igual.


Marco Spaggiari

(Un texto que jamás terminé)




Esta hinchado, grotescamente hinchado, los pómulos, los ojos, la papada, los senos, el abdomen, los cachetes del culo, los tobillos.
Pesado en su cama, con un pucho a medio terminar entre sus dedos.
El cenicero, horriblemente esmaltado en color azul, con la inscripción “Mar del Tuyú”, reposa junto a la cara de su esposa, que se hunde lentamente en la almohada.
No sabe lo que piensa, las imágenes que se formula pasan desapercibidas delante de sus pupilas y se funden en el brillo la televisión prendida.
No oye nada, solo fuma.
El despertador suena dos veces, son las seis de la mañana y no para de llover en Capital.
Al poner el pie izquierdo en el piso, siente que toda su planta se amolda duramente en los rayones de la madera.
Se levanta y camina hacia el baño, despegándose el calzoncillo.
Un baño corto, termo-tanque, mate y el sonido brusco del auto de Cristian, estacionándose frente a la puerta de su casa.
Baja las escaleras, haciendo el menor ruido posible. Y se toma el tiempo para buscar las llaves y para saludar a “PITUFO” ,su perro.
Se calza la campera, el gorro,  el piloto y cierra la puerta con suavidad, con la que puede o conoce.
Las gotas caen en sus hombros, resbalándose hasta alcanzar sus manos. Pitufo ladra.
Cristian es un tipo blando, lánguido, flojo de piel, flojo de vientre, con poco color en sus ojos, y con una expresión de angustia constante. Pero es su expresión, solo eso.
Con su blandura y languidez abre la puerta del coche y palmea el asiento con una sonrisa.
-Vamos que llegamos tarde.- Dice y se prende un cigarro.
Son cuarenta minutos en auto, una hora y media en colectivo. Roberto, el hombre hinchado, piensa en que aveces le vendría bien un poco de Bondi, de quilombo, de Liniers. Pero acepta a Cristian, a su gesto, a su blandura, a su flojera.
-Como llueve- dice Cristian, mientras saca un pañuelo para desempañar el parabrisas.
-Si, dicen, va mi mujer me dijo que va a seguir toda la semana. Va a estar “heavy”.
-¿qué?-.responde Cristian con extrañeza
-Que va a llover mucho.
-¿Y porqué dijiste HEAVY.?
-¿Que tiene?- Responde Roberto mientras se desabrocha el piloto que lo empezó a incomodar.
- Que tenes un idioma, usalo.
-No me rompas las pelotas. ¿Trajiste el mate?- agrega Roberto para cortar de raíz una conversación que iba a durar hasta que lleguen al trabajo.
-No, no tomo más mate, me dijo el médico que pare un poco con ciertas cosas.
-¿Cómo qué?-.
Se hizo un largo silencio, y las gotas empezaron a caer con más violencia, el ruido de la chapa y el monótono discurso del limpiaparabrisas adormecía a ambos.
-Harina, lácteos, café, mate… me sacó todo lo que me puede constipar.
-Pero vos te medicas ¿no?-
Se hizo otro largo silencio.
-Perdón, pero la dieta me tiene mal.- Dijo Cristian y Roberto no le contestó.
Roberto, con la suavidad que puede llegar a tener un hombre hinchado, saca de su jean apretado el paquete de cigarrillos y unos fósforos. Se prende uno y exhala el humo por su nariz, le pica un poco.
Siente todavía el molde de su piso estropeado en sus pies, recuerda que su mujer le había dicho que hoy llegaban su hermano con su hija de Brasil y se van a instalar en el Centro, en un hotel, cerca del obelisco. Recuerda que necesita dormir y dejar de fumar.
-Bueno, “llegamo”- dice Cristian y se abrocha la campera desteñida y manchada de grasa.
-¡Recorda que tenes las “eses”. Usalas!.

Ambos se ríen y bajan del auto. La fábrica Ford se alza frente a ellos..
Tony.




No esta mal, la mina que me mira, mientras yo la miro.
Tampoco esta mal, el mozo que le sirve a la mina que me mira, una copa con un líquido rojo.
Ella levanta la ceja al tomar, y se limpia los labios con una servilleta.
Nunca pensé en acercarme a la mujer que me mira mientras toma su espeso líquido rojo. Solo estoy concentrado en mi cerveza que poco a poco se va calentando.
Recuerdo a Antonio como un buen hombre., Tony le llamábamos todos.
Bebo cerveza y me río.
Si, Tony era un maestro. No pude ir a su funeral, Martín me contó que fue corto.
Tomo otra cerveza y miro la pequeña televisión, que se alzaba a unos tres metros de distancia.
La mina que me mira ya no está, pero me dejó, en la nuca, un extraño dolor .
Todas las minas siempre me dejaron dolores en la nuca.
Talvez no sean las minas, tal vez sea yo.
Otra vez se calienta la cerveza, la transpiración de mis manos es la culpable.
Estoy nervioso, porque no llega ese hijo de re mil puta..
Lo que mata es la espera, no la humedad, no tengo problemas con al humedad, salvo el dolor en la muñeca.
Otra cerveza, los porrones se amontonan en mi costado izquierdo. Las colillas de los cigarrillos a la derecha.
Pobre Tony, era un buen tipo.
Me acuerdo que hablábamos de extraterrestres y de su influencia en la evolución humana.
La mina que me miraba me calentó debo admitirlo.
Necesito plata, y este hijo de re mil puta no aparece.
El mozo cambia de canal, un choque, una muerte, merca, etc. Nada original. La muerte no es original.
-Como estas querido!.- Me dice el impuntual.
-Bien, me duele el cuello.-
-Un buen polvo lo resuelve todo.-
Bebo otra vez cerveza y observo la cara del impuntual con una sonrisa fina y una barba mal recortada.
-Necesito plata- le digo y levanto la mano, me traen otra cerveza, la tomo y la pongo en un costado.- Necesito plata para irme a la mierda.-
El tipo impuntual, con su mal gusto, se levantó de la mesa y fue hasta la barra. Le pidió al mozo que no estaba mal, el mismo mozo que le sirvió el líquido rojo y espeso, a la mina que me miraba y que me dejó un dolor cervical, un Campari con tónica y le sonrió.
-en qué estábamos?,- me pregunta el tipo, con su vaso lleno.
-En que necesito irme de acá, y que necesito plata, cinco lucas. Solo cinco lucas.-
El “solo” estuvo de más, como también pedir otra cerveza.
-Estas bebiendo demasiado- Me dice el impuntual como robándome el pensamiento.
Me río, Tony jamás me hubiera dicho lo mismo. Me hubiera gustado verlo.
Entendí perfectamente que el impuntual no me iba ayudar, y que se quedaría enfrente mío toda la noche.
-Pagame las birras- le dije y me levanté para ir al baño.
El sonrió, hace ocho años que lo conozco.
El pasillo, iluminado por tres lamparitas que colgaban de unos cables finitos, me pareció interminable, el baño estaba al fondo, llamándome, con su pequeña puerta abierta.
Necesito mear.
En eso, un hombre petacón con una campera de cuero, me traba el paso y me caigo, de lleno, al piso con azulejos negros.
La sangre que me salía por la nariz era inmunda.
Dos o tres golpes en la panza, me dejan sin aire, otro golpe me hace vomitar cerveza y sangre, todo mezclado. No siento nada más. Le pido perdón al petacón y este se ríe y me escupe.
Y ahora lo único que veo, desde aquél pasillo infinito, al impuntual que me mira, como me miro la mina que no estaba mal, mientras levantaba su ceja al tomar ese espeso líquido rojo, que le sirvió ese mozo que trabaja en este bar, que cada vez que vengo me hace recordar a Tony que era un buen hombre

Marco Spaggiari

Un cigarrillo en la oreja y el café a medio terminar.
El pasto estaba frío. Húmedo. Me resbalo hasta alcanzar la tierra.
Todos nos reímos, una pequeña muestra de la levedad de las cosas.
Un golpe.
Me habla del clima, que mañana va a ser un día soleado. Que va a ir al Tigre.
Como si fuera el único lugar por donde escapar.
Como si quisiera que lo acompañe, que mire su espalda bronceada..
Hay algo esponjoso debajo de mi axila.
Transpira y me hace cosquillas.
Le pregunto si quiere más café y me dice que no, que lo esperan y que se tiene que ir apresurado.
Mi papá lloraba el día que me internaron.
Un huevo en ascensor.
Gracias a Dios, no sabía hablar.

¿Qué es la belleza?
El dormitorio tiene una alfombra roja. Mullida, cómoda. Un futón y una mesita de luz.
El hotel se llama, Doncella.
Me río, no del nombre del hotel, sino de mi cuerpo.
Y que al final se fue a Tigre.
Como una odisea.
Se creía que los guerreros antiguos, en la Grecia,  provenían de Hércules.
Se amaban los unos a los otros..
Es interesante el articulo. La revista no la conozco.


En nuestro tiempo se considera ridículo apagar la luz mientras se hace el amor.
Siempre dejábamos una lámpara prendida.
Pero cuando nos penetrábamos cerrábamos los ojos.
El gozo que nos inundaba, requería de oscuridad.
Como si en esa oscuridad, la cual era pura, no hubiera fronteras.
O tal vez que alguno de los dos, sentía disconformidad.
Valla uno a saber.

Hoy voy a dormir, tratando de recordar.
De no privarme de nada.
Porque el que se priva de las cosas, es un monstruo.
Quizá sea un monstruo.
Por el único hecho de negarme en dormir juntos y dormir en un hotel.
Bien pegado a mis cosas.

Recordando.



Marco Spaggiari


Me enredo en tu licuado cabello.
Me hundo, besando tus pechos.
Contemplo el tiempo pasar inadvertido.
Te llamo.
Te transpiro.
Aprieto tus labios. Abrazo tu sombra.
Te vuelvo a tocar.
Vuelvo a escuchar mi nombre.
Vuelvo a sonreír.



sábado, 9 de agosto de 2014


¿Así que quieres ser escritor?



Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro,
olvídalo.
Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti,
haz otra cosa.
Si primero tienes que leerlo a tu esposa
o a tu novia o a tu novio
o a tus padres o a cualquiera,
no estás preparado.
No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas,
no lo hagas.

Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
o hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.
"Cronos devorando a sus hijos"
Marco Spaggiari
La mujer como centro, como eje.
Como principio, como fin.


Serie. Mujer. Marco Spaggiari. tinta y pastel al óleo.


(Click para agrandar la imagen)

















Retrato por Ariel de Vedia.
Pastel al óleo.

Sigo sin ver absolutamente nada. La oscuridad, que rodea mi cuarto, es tan tangible como infinita.
Me sumerjo una vez más en las aguas profundas de Lovecraft. Y recuerdo.
Te recuerdo.
Pagina tras paginas, mis ojos bailan con la tinta del amarillento libro.
Monstruos endemoniados y Ángeles perversos caminan por mi mente.
Suelto un suspiro.
¿Dónde estarás mañana.?
¿Con quien?.
Me éxito al recordar.
Luego vuelo a las paginas dobladas.
Intento atravesar el desierto de mis sábanas heladas, y llegar hasta mi sexo.
Tal vez sea mejor que lo deje al azar. Y no hacerlo por necesidad.
Aun soy adolescente.
Cierro el libro, pero abro muchas puertas en mi cabeza.
Ya tengo que dejar de escribir.

Voy a necesitar las manos.

Marco Spaggiari
Era una Reina de tetas negras, la que gritaba a viva voz, con fuego en la garganta, palabras que no entendía.
Escondida entre las llamas azules de una fogata, bailaba al ritmo de un compás monótono e hipnótico.
Yo, desde mi lugar en una ronda de cuerpos, observaba como el sudor caía por su figura ferozmente esculpida, marcado por enormes cicatrices de guerras o amores pasados.
Embobado por las perlas que colgaban de sus pezones erectos, me sumergí, lentamente, en la cólera profunda y fatua de mi amor por las mujeres y decidí dar rienda suelta a mi anatomía.
El fervor de la fiesta que me rodeaba era tal, que mis extremidades se fueron soltando, declarándome la independencia y en un impulso sorpresivo, me uní a los danzantes, hijos de la noche.
Jamás, en mi corta vida, observe semejante festín lujurioso.
Los cuerpos desnudos, bailaban por la tierra y húmeda de la selva, fundiéndose con los cantos y sombras, guiados por la sensual voz de la Reina de tetas negras.
La luna, nos observaba con ridícula sutileza, escondida entre los pliegues de su enagua negra. 
Hombres y mujeres, mezclados en una pegajosa y erótica pasta, muestran a las estrellas una coreografía desenfrenada, a la cual, según ellos, me tenía que acoplar en tiempo y espacio, para poder ver a sus deidades, "Los Azules".
Con la cara pintada con barro, me sumergí, sin pensarlo, en las aguas oscuras de la danza y sin dejar de observar a la reina, comencé a bailar en completo éxtasis.
Paso a paso, mi cuerpo entero cedió frente al gigante frenesí y largue una carcajada. Todos, en coro, me contestaron con otra. Hacía ya mucho tiempo, que no me sentía tan bien.
De pronto un silencio castrador, arrancó las alas de la danza y todos quedamos inmóviles.
Un humo violeta emergió desde las entrañas del fuego, y creció enormemente, tres metros hacia el cielo.
La Reina negra, de dientes de oro y ojos oscuros, tocó su sexo, y comenzó a gemir, moviendo de un lado a otro, sus enormes pechos, el golpe de la carne de sus pechos contra la transpirada barriga de la ninfa, generó un sonido que superaba cualquier tambor, cualquier risa.
-¡Ahí vienen!- Gritó en un castellano con dejos de portugués.
Sin dudarlo un segundo, alcé la mirada, y mi cara manchada con barro ya seco, comenzó a drenar un sudor de extremo pavor, mi corazón se agitó y el brillo, de lo que parecía un inmenso avión, baño todo mi cuerpo encerrándome en un círculo de luz.
Sin tranquilizarme, observé que era el único que permanecía de pie. la voz de la Reina, que por cierto, jamás olvidaré en las noches de soledad, escupió mi nombre, obligándome a ponerme de rodillas y hacer una reverencia.
Una voz distorsionada y amplificada que salía de aquella gran nave, calló a todos los bailarines hijos de la naturaleza.
-¡SEÑOR RELVAR, SEÑOR RELVAR!¡POR FIN LO ENCONTRAMOS!.
Una enrome escalera se abrió paso entre el humo de la fogata y unos seres de uniforme azul, comenzaron a decender. Todos portaban unas armas que reconocí enseguida.
Un golpe de conciencia arrebato mi perdida cabeza, y sin dejar pasar mi aliento, comencé a correr, saltando cuerpos y brazas y me metí en la selva que nacía enfrente de mis ojos, sintiendo como el pis corría por mis piernas.


Marco Spaggiari






viernes, 8 de agosto de 2014

Si te digo que te extraño.
Si te digo que sueño con los jardines que vos me prometías, con la pérgola, los gnomos de yeso.
Con los verdes y los celestes.
Con la casita de madera.
Con niños.
Al ver mis muñecas, aún marcadas, por la violencia de tu amor, la extraña sensación de desamparo y soledad, me hunden en el barro de los sentimientos fogosos, ahogándome en lágrimas promiscuas y profundas.
Ya no te espero, jamás lo hice.
Tu sombra se situaba, en el portal que dividía mi casa del mundo. Tocabas tres veces la puerta con tu mano poderosa y marcada.
Me pintaba rápido los labios de color rojo, sé que te gustaba verme colorida.
Y al abrir, girando suavemente el picaporte dorado, tu mirada colmaba mi cuerpo ofrecido a tu voluntad.
Me perdía en tus brazos ennegrecidos por el carbón, en tu ropa sucia y desalineada.
Si te digo que jamás te mentí.
Si te digo, que la rectitud de mi amor, fue intachable.
Te invite a pasar, regalándote una sonrisa blanca. Te ofrecí lo poco que podía ofrecerte.
Un café.
Un poco de música.
Mi cuerpo danzante.
Vos te reías, me acuerdo como si hubiera sido ayer. Tosco y humano, me preguntaste, si de verdad mi calefón se había tapado.
Yo te respondí que no. Que me perdones, pero que no podía seguir con el nudo en la garganta, que te tenía que ver, que quería que me inundes.
El silencio de mi habitación, refleja el olvido obligatorio y el recuerdo incisivo.
Debajo de las sábanas, delante de mi ombligo, arriba de mis rodillas, mis manos se posan delgadas y veloces. Alaban el tempo, corroído por sentimientos que aún me humedecen.
Me toco.
Me toco sin tocarme, me fundo con el sol de la mañana, con el frío. Tirito y muevo bruscamente mis dedos de los pies.
Aún sigo sintiendo tu lengua en mi cuello, la saliva, el aroma a motor, a queroseno.
Rápido me dijiste, que tengo más clientes.
Rápido que me tengo que ir.
No hubo gritos, ni risas, si suspiros, si arcadas, ni amor.

Marco Spaggiari.

Salí, al fin.
Logré pasar las interminables escaleras que me dividían y separaban de la realidad.Caí, en picada hasta alcanzar el suelo.La tierra fría, el aroma a pasto.
Me cegó el celeste de aquellos ojos interminables.
Alguien me dijo alguna vez, que de este lado, el paisaje era hermoso, materno, interminable.Tenía razón.
Olvidé ya el pasado gris.
Los horarios extendidos.
Las piernas agotadas, las manos secas, los labios sin besos.
Me colmé, me hice.
Salí al fin... .


Marco Spaggiari.