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viernes, 8 de agosto de 2014

Si te digo que te extraño.
Si te digo que sueño con los jardines que vos me prometías, con la pérgola, los gnomos de yeso.
Con los verdes y los celestes.
Con la casita de madera.
Con niños.
Al ver mis muñecas, aún marcadas, por la violencia de tu amor, la extraña sensación de desamparo y soledad, me hunden en el barro de los sentimientos fogosos, ahogándome en lágrimas promiscuas y profundas.
Ya no te espero, jamás lo hice.
Tu sombra se situaba, en el portal que dividía mi casa del mundo. Tocabas tres veces la puerta con tu mano poderosa y marcada.
Me pintaba rápido los labios de color rojo, sé que te gustaba verme colorida.
Y al abrir, girando suavemente el picaporte dorado, tu mirada colmaba mi cuerpo ofrecido a tu voluntad.
Me perdía en tus brazos ennegrecidos por el carbón, en tu ropa sucia y desalineada.
Si te digo que jamás te mentí.
Si te digo, que la rectitud de mi amor, fue intachable.
Te invite a pasar, regalándote una sonrisa blanca. Te ofrecí lo poco que podía ofrecerte.
Un café.
Un poco de música.
Mi cuerpo danzante.
Vos te reías, me acuerdo como si hubiera sido ayer. Tosco y humano, me preguntaste, si de verdad mi calefón se había tapado.
Yo te respondí que no. Que me perdones, pero que no podía seguir con el nudo en la garganta, que te tenía que ver, que quería que me inundes.
El silencio de mi habitación, refleja el olvido obligatorio y el recuerdo incisivo.
Debajo de las sábanas, delante de mi ombligo, arriba de mis rodillas, mis manos se posan delgadas y veloces. Alaban el tempo, corroído por sentimientos que aún me humedecen.
Me toco.
Me toco sin tocarme, me fundo con el sol de la mañana, con el frío. Tirito y muevo bruscamente mis dedos de los pies.
Aún sigo sintiendo tu lengua en mi cuello, la saliva, el aroma a motor, a queroseno.
Rápido me dijiste, que tengo más clientes.
Rápido que me tengo que ir.
No hubo gritos, ni risas, si suspiros, si arcadas, ni amor.

Marco Spaggiari.


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