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lunes, 11 de agosto de 2014


(Un texto que jamás terminé)




Esta hinchado, grotescamente hinchado, los pómulos, los ojos, la papada, los senos, el abdomen, los cachetes del culo, los tobillos.
Pesado en su cama, con un pucho a medio terminar entre sus dedos.
El cenicero, horriblemente esmaltado en color azul, con la inscripción “Mar del Tuyú”, reposa junto a la cara de su esposa, que se hunde lentamente en la almohada.
No sabe lo que piensa, las imágenes que se formula pasan desapercibidas delante de sus pupilas y se funden en el brillo la televisión prendida.
No oye nada, solo fuma.
El despertador suena dos veces, son las seis de la mañana y no para de llover en Capital.
Al poner el pie izquierdo en el piso, siente que toda su planta se amolda duramente en los rayones de la madera.
Se levanta y camina hacia el baño, despegándose el calzoncillo.
Un baño corto, termo-tanque, mate y el sonido brusco del auto de Cristian, estacionándose frente a la puerta de su casa.
Baja las escaleras, haciendo el menor ruido posible. Y se toma el tiempo para buscar las llaves y para saludar a “PITUFO” ,su perro.
Se calza la campera, el gorro,  el piloto y cierra la puerta con suavidad, con la que puede o conoce.
Las gotas caen en sus hombros, resbalándose hasta alcanzar sus manos. Pitufo ladra.
Cristian es un tipo blando, lánguido, flojo de piel, flojo de vientre, con poco color en sus ojos, y con una expresión de angustia constante. Pero es su expresión, solo eso.
Con su blandura y languidez abre la puerta del coche y palmea el asiento con una sonrisa.
-Vamos que llegamos tarde.- Dice y se prende un cigarro.
Son cuarenta minutos en auto, una hora y media en colectivo. Roberto, el hombre hinchado, piensa en que aveces le vendría bien un poco de Bondi, de quilombo, de Liniers. Pero acepta a Cristian, a su gesto, a su blandura, a su flojera.
-Como llueve- dice Cristian, mientras saca un pañuelo para desempañar el parabrisas.
-Si, dicen, va mi mujer me dijo que va a seguir toda la semana. Va a estar “heavy”.
-¿qué?-.responde Cristian con extrañeza
-Que va a llover mucho.
-¿Y porqué dijiste HEAVY.?
-¿Que tiene?- Responde Roberto mientras se desabrocha el piloto que lo empezó a incomodar.
- Que tenes un idioma, usalo.
-No me rompas las pelotas. ¿Trajiste el mate?- agrega Roberto para cortar de raíz una conversación que iba a durar hasta que lleguen al trabajo.
-No, no tomo más mate, me dijo el médico que pare un poco con ciertas cosas.
-¿Cómo qué?-.
Se hizo un largo silencio, y las gotas empezaron a caer con más violencia, el ruido de la chapa y el monótono discurso del limpiaparabrisas adormecía a ambos.
-Harina, lácteos, café, mate… me sacó todo lo que me puede constipar.
-Pero vos te medicas ¿no?-
Se hizo otro largo silencio.
-Perdón, pero la dieta me tiene mal.- Dijo Cristian y Roberto no le contestó.
Roberto, con la suavidad que puede llegar a tener un hombre hinchado, saca de su jean apretado el paquete de cigarrillos y unos fósforos. Se prende uno y exhala el humo por su nariz, le pica un poco.
Siente todavía el molde de su piso estropeado en sus pies, recuerda que su mujer le había dicho que hoy llegaban su hermano con su hija de Brasil y se van a instalar en el Centro, en un hotel, cerca del obelisco. Recuerda que necesita dormir y dejar de fumar.
-Bueno, “llegamo”- dice Cristian y se abrocha la campera desteñida y manchada de grasa.
-¡Recorda que tenes las “eses”. Usalas!.

Ambos se ríen y bajan del auto. La fábrica Ford se alza frente a ellos..

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