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lunes, 11 de agosto de 2014

Tony.




No esta mal, la mina que me mira, mientras yo la miro.
Tampoco esta mal, el mozo que le sirve a la mina que me mira, una copa con un líquido rojo.
Ella levanta la ceja al tomar, y se limpia los labios con una servilleta.
Nunca pensé en acercarme a la mujer que me mira mientras toma su espeso líquido rojo. Solo estoy concentrado en mi cerveza que poco a poco se va calentando.
Recuerdo a Antonio como un buen hombre., Tony le llamábamos todos.
Bebo cerveza y me río.
Si, Tony era un maestro. No pude ir a su funeral, Martín me contó que fue corto.
Tomo otra cerveza y miro la pequeña televisión, que se alzaba a unos tres metros de distancia.
La mina que me mira ya no está, pero me dejó, en la nuca, un extraño dolor .
Todas las minas siempre me dejaron dolores en la nuca.
Talvez no sean las minas, tal vez sea yo.
Otra vez se calienta la cerveza, la transpiración de mis manos es la culpable.
Estoy nervioso, porque no llega ese hijo de re mil puta..
Lo que mata es la espera, no la humedad, no tengo problemas con al humedad, salvo el dolor en la muñeca.
Otra cerveza, los porrones se amontonan en mi costado izquierdo. Las colillas de los cigarrillos a la derecha.
Pobre Tony, era un buen tipo.
Me acuerdo que hablábamos de extraterrestres y de su influencia en la evolución humana.
La mina que me miraba me calentó debo admitirlo.
Necesito plata, y este hijo de re mil puta no aparece.
El mozo cambia de canal, un choque, una muerte, merca, etc. Nada original. La muerte no es original.
-Como estas querido!.- Me dice el impuntual.
-Bien, me duele el cuello.-
-Un buen polvo lo resuelve todo.-
Bebo otra vez cerveza y observo la cara del impuntual con una sonrisa fina y una barba mal recortada.
-Necesito plata- le digo y levanto la mano, me traen otra cerveza, la tomo y la pongo en un costado.- Necesito plata para irme a la mierda.-
El tipo impuntual, con su mal gusto, se levantó de la mesa y fue hasta la barra. Le pidió al mozo que no estaba mal, el mismo mozo que le sirvió el líquido rojo y espeso, a la mina que me miraba y que me dejó un dolor cervical, un Campari con tónica y le sonrió.
-en qué estábamos?,- me pregunta el tipo, con su vaso lleno.
-En que necesito irme de acá, y que necesito plata, cinco lucas. Solo cinco lucas.-
El “solo” estuvo de más, como también pedir otra cerveza.
-Estas bebiendo demasiado- Me dice el impuntual como robándome el pensamiento.
Me río, Tony jamás me hubiera dicho lo mismo. Me hubiera gustado verlo.
Entendí perfectamente que el impuntual no me iba ayudar, y que se quedaría enfrente mío toda la noche.
-Pagame las birras- le dije y me levanté para ir al baño.
El sonrió, hace ocho años que lo conozco.
El pasillo, iluminado por tres lamparitas que colgaban de unos cables finitos, me pareció interminable, el baño estaba al fondo, llamándome, con su pequeña puerta abierta.
Necesito mear.
En eso, un hombre petacón con una campera de cuero, me traba el paso y me caigo, de lleno, al piso con azulejos negros.
La sangre que me salía por la nariz era inmunda.
Dos o tres golpes en la panza, me dejan sin aire, otro golpe me hace vomitar cerveza y sangre, todo mezclado. No siento nada más. Le pido perdón al petacón y este se ríe y me escupe.
Y ahora lo único que veo, desde aquél pasillo infinito, al impuntual que me mira, como me miro la mina que no estaba mal, mientras levantaba su ceja al tomar ese espeso líquido rojo, que le sirvió ese mozo que trabaja en este bar, que cada vez que vengo me hace recordar a Tony que era un buen hombre

Marco Spaggiari

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